Big Ranger

Un rayo de luz entraba por la ventana situándose, sin llamar la atención, en la cabeza del féretro. Era como un foco contratado por el cielo justo para ese momento especial. Pero no era sino una señal para explicarnos quién era el que se iba: un hombre que solo buscó dar luz allá donde estuviese.

Con lágrimas en los ojos he ido recordando muchos de los momentos vividos con esta persona. Y no podía sino decir «gracias» cada cinco minutos. He podido coincidir con un hombre que ha vivido pensando siempre en cómo alegrar en día a los demás. Con una sonrisa de oreja a oreja. Con frases y sonidos que solo él podía repetir. Con detalles de cariño propios de una persona que sabe querer.

Y estaba allí, rodeado de cientos de personas que lloraban ante su cuerpo, y no he podido evitar pensar en una película: Big Fish. Me venía a la cabeza la escena final (que dejo al final del post), cuando el hijo le cuenta a su padre cómo se marcha, y donde se produce un emotivo encuentro entre el padre y todas sus historias vividas.

Yo miraba a todas las personas allí presentes y veía cada una de las historias que Miguel había cambiado con su vida. Con su ejemplo. Con su sonrisa. Todos buscábamos el «qué a tope», «tiroriro», «tírate de la motillo» o «ñam ñam» que había dejado en nosotros. Espero no perderlo nunca. Espero darme cuenta de que yo no he vivido con Big Fish: yo he vivido con «Big Ranger». Como decía un sacerdote hace muchos años, «muchos son los elegidos, pero muy pocos son los que dan luz». Y yo he tenido la suerte de estar con una de esas luces. Muchas gracias, Miguel.

 

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